Este es un breve sentimiento convertido en palabra sobre un hombre que marcó para siempre la vida de millones.
Por Walter Leguizamón
Diego Armando Maradona nació el 30 de octubre de 1960 y en este 25 de noviembre pasó a la inmortalidad formalmente. El más humano de los dioses, o el dios más humano de todos, decidió descansar para siempre, aunque su corazón, que dicen que se paró mientras dormía, seguirá latiendo cuando cualquier pibe o piba de un potrero patee una pelota.
Sí, no jugó al fútbol, sino que a la pelota, como dijo Pelé. Amado por muchos, odiado por pocos, resume la argentinidad, la postura ante la vida de darlo todo para concretar lo que uno quiere. El soñó jugar un mundial y ganarlo. Y no sólo concretó eso, dio alegría a un pueblo que se estaba recuperando de las cicatrices de la dictadura y de la Guerra de Malvinas.
Aunque se podría decir también que fue el bálsamo que muchas personas tuvieron para afrontar cualquier otro problema en su vida particular. Los catadores de la moral no entenderán lo que significa que alguien como vos, que vive en calle de tierra, que no llegas a fin de mes, que tiene hambre, pueda concretar su sueño.
Se enfrentó a todos, vivió como quiso y también como pudo. Gambeteó a jugadores y a funcionarios poderosos de la FIFA, y apoyó a deportistas que nunca imaginaron que “el más grande de todos” los iba alentar. Él siempre estaba y los Juegos Olímpicos de Beijing de 2008 fue la muestra cabal de camaradería entre colegas. Esto es algo que no se ve en todos los trabajos.
Amigo de la caprichosa, barrilete cósmico, el que unió al país en un puño apretado, dibujó todas las sonrisas posibles acá y en otras partes del mundo. Maradona es lo popular, eso que no te lo da ninguna universidad, te lo da la empatía, el barrio, la historia de tus viejos laburantes, la calle, el bondi, el campo, la pobreza y la humildad.
Ídolo popular, voz de los que no tenían voz, crítico acérrimo de lo que no le gustaba, jugador de cualquier tipo de cancha, siempre va a estar gambeteando por toda la eternidad, muchas gracias señor 10, muchas gracias por ser mi primer recuerdo, mi primera marca en mi consciencia y en mí corazón con tu gol a Grecia, el que fue gritado a cámara.
Diego Armando Maradona, 1960 hasta el infinito.